Procesión de duelo en dirección hacia
la parroquia. (Foto Abernaiz)
En
la fábrica de “La Dinamita” sucedió a
primera hora de la mañana del 20 de septiembre de 1913, un desgraciado
accidente que costó la vida a cuatro obreros y dejo mal herido a otro. Las
primeras noticias del suceso se tuvieron del comandante del puesto de Miñones, que telefónicamente avisó al
Gobierno Civil, que en uno de los departamentos de la fábrica había ocurrido
una explosión, y aunque se ignoraba el número de víctimas, se temía que
hubieran perecido los cinco operarios que se hallaban en el departamento.
Posteriormente, el alcalde Gandasegi
comunicó el accidente, explicando que este había ocurrido en la caseta número
1. Los nombres de los muertos eran: Santiago
Lekue, José Arteta, Cándido Arrieta y Mateo Beitia; los heridos; Bernardo Sagasti e Ignacio Ibarretxe, que
notó ser lanzado por el aire, siendo recogido por su compañero José Pereda en el laboratorio de la
empresa, todos
ellos vecinos de Galdakao y que fueron atendidos por los médicos titulares, Francisco M. Osaba y Francisco Arriandiaga, junto a los
contusionados de escasa importancia. Tan pronto como se conoció lo ocurrido, el
director Ramón Arnau, el subdirector Juan Truillot, el jefe de talleres Eugenio Marchal y personal de la fábrica,
se trasladaron al lugar del accidente, prestando los primeros cuidados a las víctimas,
y procediendo a retirar aquellos materiales que pudieran producir nuevas
explosiones. Desgraciadamente, se comprobó lo que se temía. La explosión fue terrible, prueba de ello es que
varios trozos de las calderas fueron a parar a gran distancia, cayendo uno de
ellos en el molino Torrezabal,
distante del lugar del suceso unos 422 metros.
Cuatro
operarios habían muerto y el resto, presentaban heridas de gravedad que no
hacían temer un fatal desenlace, salvo complicaciones. En los talleres se
terminaron los trabajos urgentes, se adoptaron medidas de precaución y se
prohibió el acceso al lugar de los sucesos a toda persona ajena. Respecto a las
causas que pudieron producir el accidente, se ignoraban cuales fueron, pues los únicos
que pudieran haber aportado detalles, fueron las víctimas. Lo que sí pudo asegurarse
es que, merced al aislamiento y defensa de las casetas en que se realizaban los
trabajos, la explosión no tuvo mayores consecuencias. El Juez municipal de Galdakao,
Juan Cruz de Ereño, acompañado del
secretario Antonio Sagardui, comenzó
a instruir las oportunas diligencias, y a las tres menos cuarto, llegó
procedente de Durango, el Juez de instrucción José María Sanz Gomendio. También en el mismo tren fueron llevados
tres ataúdes. A las cuatro de la tarde, el Juzgado procedió al levantamiento de
los cadáveres ordenando su traslado al depósito del cementerio, prosiguiendo la
instrucción de las diligencias. Pedro Chalbaud
visitó al gobernador civil dándole cuenta de lo ocurrido, añadiendo que no
podía precisar las causas que pudieron haber producido la explosión.
En
atención a las desgracias ocurridas, el alcalde suspendió las sesiones del
cinematógrafo público anunciadas y convocó al Ayuntamiento para celebrar sesión
extraordinaria a las seis de la tarde, la cual no pudo celebrarse por falta de quórum.
A la hora fijada para la sesión, asistieron a la Casa Consistorial: el alcalde Amadeo de Gandasegi, y los concejales Pedro de Urizar, Francisco de Rementeria y Gregorio
de Elorza. El alcalde recibió un telegrama expedido por el presidente de la
Diputación rogando se hiciese llegar a las familias victimas y al pueblo en
general un sentido pésame. A la noche pasó por la localidad, el vicepresidente
de regreso de Donostia. El presidente de la Diputación, a las siete y media de
la tarde, no había llegado aún.
Como
es natural, al ser conocida la desgracia, causó una gran impresión en Galdakao.
En palabras de Ignacio Ibarretxe, la
explosión sobrevino por graduar mal alguna cantidad de los componentes de la
nitroglicerina. Todas las precauciones y medidas de carácter técnico de la época,
no bastaron para evitar los accidentes de trabajo. Se comentaba que en la fábrica
hacia largos años que no se habían registrado hecho semejante y la sociedad
propietaria tenia siempre la costumbre, aún antes de promulgarse la Ley de Accidentes
del Trabajo, de atender con socorros a las viudas o hijos de las víctimas, llevando
así el posible consuelo a las familias de sus operarios.
Fuentes: La Gaceta del Norte y Euzkadi
Publicado en el periódico local Dime de marzo de 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario