Era un
caso excepcional que un pueblo del tamaño y prosperidad de Galdakao, tuviera su
parroquia finalizada hace décadas, sin un retablo, ni un órgano. La antigua
parroquia, con ser considerablemente más pequeña los tenía, y por tanto la nueva
debía tenerlo.
Altar mayor de la iglesia donde se ven las imágenes
de San Juan, del que se llevaron el manto de oro y purpura y de la dolorosa. Foto
Espiga.
En una
reunión celebrada en el Ayuntamiento, a la que asistió un centenar de vecinos,
además del arzobispo Gandasegi, se decidió establecer una Comisión presidida
por León Asua, alcalde, y Mariano de Uriarte, párroco, que
organizara la financiación de la obra mediante suscripción popular. Remigio Gandasegi, recordó al anterior
párroco, Remigio Uriarte, del que
hizo un gran elogio.
Sagrario que los ladrones intentaron abrir usando palanquetas y en la cual pueden apreciarse los desperfectos. Foto Amado.
El Ayuntamiento decidió contribuir,
pero dada la cuantía de la obra, resultaba insuficiente, por ello, se necesitaba
la cooperación de otras personas. Añadido el donativo del Ayuntamiento, hacía una
cantidad razonable, pero no cubría el presupuesto, sino tan solo su mitad. Se
contactó con empresas y propietarios que, aunque no fuesen vecinos, poseían
bienes en Galdakao y empresas y entidades existentes en la localidad, para que fuese
tangible el proyecto. Además, aprovechando el día de Santa Bárbara, se celebró en el Cine
Galdacano, cedido por la empresa, una velada cinematográfica en beneficio
de la suscripción “pro retablo y órgano” de la parroquia.
Entre los proyectos presentados, se encontraba el
del joven tallista hijo de la localidad, Teodoro
Basoa, que tenía su taller en Durango. El famoso arquitecto Ricardo Bastida, realizó elogios de sus
trabajos realizados en otras iglesias, e incluso para la nuestra. En cuanto al
órgano, que se pretendía instalar simultáneamente para sustituir al pobre y
viejo armónium, se encargó su
construcción a la Casa Duarte, de
Begoña, considerada como la mejor de la península. El retablo finalmente
instalado, pesaba veintidós toneladas y fue traído en cuatro entregas.
Lugar de acceso de los ladrones. Foto Amado.
Durante el 21 de septiembre de
1933, se perpetró un robo en la iglesia parroquial de Santa María, denunciado por el cura párroco de la iglesia, Mariano Uriarte. Por las señales que dejaron los ladrones, penetraron en el templo por una ventana
situada sobre el tejado del pórtico, a una altura de unos diez metros, de la
que rompieron los cristales. Luego amarraron una cuerda a la ventana y se descolgaron
al interior de la iglesia. Ya en el interior, abrieron el sagrario del altar
mayor mediante palanquetas, causando destrozos y apoderándose de dos cálices, uno
de plata y otro de níquel, que contenía las “formas sagradas”, las cuales fueron dejadas en el altar. También se
llevaron el manto morado con flecos de oro que tenía puesta la imagen de San Juan, manto de escaso valor. Para
llegar hasta la imagen, izaron una escalera. Abrieron violentamente los
sagrarios de los altares laterales y sin duda debido a la precipitación, no se
llevaron un rosario y varias alhajas de valor de la imagen de la Dolorosa que se hallaba en el altar
lateral derecho. Finalmente, los cacos escaparon por la puerta de la iglesia.
El robo debió cometerse entre tres y cinco de la madrugada, ya que fue
advertido por el sacristán de la parroquia a las seis de la mañana. Los
ladrones hubieron de salvar grandes dificultades para introducirse en la
iglesia por la ventana por la cual entraron y para ello debieron emplear
bastante tiempo, sin que sus movimientos fueran advertidos.
Los agentes de la autoridad al tener conocimiento del robo, comenzaron
sus pesquisas para descubrir a los ladrones, aunque varios muchachos fueron detenidos,
pero puestos en libertad después de prestar declaración.
Fuente: Euzkadi.