Para relatar el crimen que cometió en 1913 el joven obrero Santos Elosegi, hay que remontarse ocho años más, hasta 1905, cuando era solo un muchacho de 12 años. Así lo hicieron también quienes tuvieron que dictaminar acerca de su culpa en los dos juicios a los que se sometió, que no tardaron en adquirir un planteamiento viciado: daba la impresión de que lo que se estaba dirimiendo allí era si la víctima había merecido o no el castigo de recibir un tiro.
El 24 de septiembre de 1905, el padre de Santos apareció muerto. A Manuel
Elósegui lo encontraron en el cauce del arroyo que atravesaba la fábrica de La Basconia, en el barrio de Ariz
(Basauri), y al sacar el cuerpo del agua se pudo apreciar que presentaba una
herida en la cabeza. Entre los que asistieron a la recuperación del cadáver se
encontraba el mayor de sus dos hijos, Santos. Según recordaría la prensa ocho
años después, Manuel trabajaba como capataz en la factoría y, en el
cumplimiento de sus tareas, había denunciado algunas faltas cometidas por otro
trabajador de la empresa, José Antonio
Zarandona. El enfrentamiento entre ambos era bien conocido y José
Antonio se convirtió en sospechoso de haber matado a Manuel, pero nunca se
llegaron a presentar cargos, ya que la instrucción achacó las lesiones que
presentaba el cuerpo a algún impacto recibido al caer. Sin embargo, el muchacho
Santos «oyó repetidas veces a su madre afirmar que su padre había sido
asesinado, siendo su agresor José Antonio Zarandona», y «llegó a convencerse de
que eran ciertas las suposiciones de su madre», según recogería, también a raíz
de su posterior crimen, el periódico madrileño de sucesos 'Las Ocurrencias'. En el interior del adolescente fue fraguando así
el deseo de vengar a su padre, que acabó convirtiéndose en una obsesión.
En 1913, Santos Elósegui era ya un joven de 20 años, de oficio electricista,
que residía con su madre y su hermano en un tercer piso de la calle Chávarri de
Sestao. Le llamaban 'El Chato', trabajaba en la fábrica La Vizcaya y estaba a
punto de hacer el servicio militar. Pero, pese a esa vida aparentemente
ordenada, Santos había trazado otros planes para su porvenir inmediato: según
la crónica de 'Las Ocurrencias', ya había manifestado varias veces que, antes
de incorporarse a filas, albergaba el propósito de vengar la muerte de su
padre. El lunes 3 de marzo, se despidió de la fábrica, cobró los
jornales que se le debían y le dijo a su madre que se marchaba a matar a José
Antonio Zarandona. «La madre trató de disuadirle y procuró retenerle
en casa, pero todas sus súplicas resultaron inútiles, pues Santos salió, montó
en un tranvía que le condujo a Bilbao y después marchó a Galdakao, donde
Zarandona vivía», relató el periódico madrileño, que incluso aseguraba que el
hermano de Santos partió tras él hacia la capital y alertó allí a la Guardia
Municipal, para ver si llegaban a tiempo de impedir el fatal desenlace. Otras
fuentes, en cambio, sostuvieron que el encuentro entre Santos y José Antonio se
había producido de manera casual, cuando el primero acudió a su viejo barrio de
Aperribai para visitar a unos amigos y buscar un nuevo empleo.
El joven hizo noche en Bilbao y se desplazó a Galdakao el martes 4 de marzo
por la mañana. A eso de las once, ya en Aperribai, dio con Zarandona,
un hombre de 50 años que estaba trabajando una huerta. Se encaró con
él y mantuvieron el siguiente diálogo.
-¿Es usted José Zarandona?
-El mismo, ¿qué quieres?
-Que venga usted conmigo para presentarse a las autoridades. Soy el hijo de
Manuel, a quien usted mató.
-No puedo confesar eso, yo no fui.
El enfrentamiento verbal pronto pasó a mayores. Según algunas informaciones,
fue José Antonio el primero en arremeter contra Santos, armado con un machete.
En cualquier caso, el joven había acudido bien pertrechado: empuñó un
revólver negro de cinco tiros, de tipo Bull Dog, y disparó dos veces, hasta que
José Antonio se desplomó y rodó por tierra. «Me has matado», fueron
las últimas palabras de la víctima. El segundo tiro le había atravesado el
brazo y le había alcanzado el corazón. Después, Santos regresó a Bilbao y se
presentó en el Gobierno civil, donde entregó el arma al ordenanza y le explicó
sus motivos. También especificó que, si no lo había hecho antes, había sido por
su madre: «Ahora tengo un hermano que puede sostenerla y estoy contento. No me
importa ir a la cárcel», declaró.
Noble, grande y generoso
Este «suceso emocionante», como lo catalogó la prensa de la época, produjo
una honda impresión en la sociedad vizcaína. El juicio se celebró ante abundante
público ocho meses después, en noviembre de 1913. Entre los testigos figuró Timoteo Celaya, que acompañaba a José
Antonio en la huerta cuando fue asesinado e incluso salió corriendo en
persecución del agresor. También pasó por el estrado la viuda de la víctima,
que explicó que Santos se había presentado primero en su casa para preguntar
por su marido. Pero el proceso judicial también sometió al análisis del jurado
lo ocurrido ocho años antes. Francisco
Buesdinta, ingeniero de La Basconia,
recordó que Miguel Elósegui había denunciado en una ocasión a José Antonio
Zarandona por dormirse en horario de trabajo y añadió que este había jurado que
algún día se lo iba a pagar. La defensa también llamó a José Revoque, que dijo
haber presenciado lo ocurrido aquel lejano 24 de septiembre de 1905: al
apearse en Ariz, vio cómo Zarandona atizaba con un palo en la cabeza al padre
de Santos y, una vez en el suelo, le propinaba varios garrotazos más.
«No denunció el hecho por creer que el juzgado intervendría y porque a los
pocos días marchó a trabajar a Santander», recogió 'La Gaceta del Norte'.
El fiscal pidió de manera explícita al jurado que su decisión no supusiese
«un incentivo a los crímenes de venganza», mientras que el abogado defensor
insistió en que Santos Elósegi no era un criminal. «En esta sociedad,
donde parece que todo lo bueno ha muerto, el espectáculo de un hijo que vindica
la muerte de su padre es algo noble, grande, generoso -llegó a argumentar el
letrado-. Si alguna familia hay desgraciada, es la del procesado, que
tras haber perdido al padre ve al hijo en la situación en que ahora se
encuentra». Incluso evocó dramáticamente al Santos de 12 años que «cerró los
ojos de su padre y, ante la orilla del río, cubrió su rostro de besos, para ir
luego a decir a su madre que ya era viuda». El veredicto del jurado fue de
inculpabilidad y el tribunal absolvió a Santos Elósegi, entre aplausos de los
asistentes. La revisión del juicio se celebró en febrero de 1914, con idéntico
resultado.
Fuente: El Correo Español.
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