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jueves, 3 de agosto de 2023

Patxi Bilbao, un antifascista en el bando secuestrador

 Patxi Bilbao narra por primera vez con 103 años su periplo en la guerra siendo hermano de dos gudaris del batallón Kirikiño, del PNV. “Yo no eché ni un solo tiro”, recuerda.

                           Patxi Bilbao, en su domicilio familar IBAN GORRITI

 "Yo con los fascistas no quería ir". Patxi Bilbao resistió como pudo a no formar parte de las levas del franquismo, es decir, a no ser reclutado de forma forzada para el servicio militar que le coincidió en días de la Guerra Civil. Más cuando dos de sus hermanos estaban luchando en el batallón Kirikiño, del PNV, en aquel conflicto bélico. Y es que como bien narra él mismo por primera vez a un medio de comunicación era y es hoy a sus 103 años abertzale. Él mismo se califica en su casa del barrio Uraska de Galdakao como “abertzale, solo vasco”, agrega vestido con un jersey con los colores de la ikurriña junto a su mujer, Polen Agirre, amable nonagenaria.

Finalmente, tras intentos de no ser encontrado, como dará testimonio más adelante, fue forzado a presentarse en el cuartel bilbaino de Garellano. Corría el año 1938. Había caído Bilbao en manos facciosas un año antes. El vizcaino, huérfano de padre, tenía imberbes 17 años. “No eché ni un solo tiro en la guerra y, teniendo en cuenta que mis hermanos estaban en el bando republicano, me aterrorizaba pensar que yo pudiese herir o matar a uno de los míos si coincidíamos en la línea del frente”, detalla este jeltzale, cofundador del grupo de montaña Ganguren.

Patxi Bilbao Uribarri, con mente centenaria activa, echa la mirada atrás. Nació el 24 de marzo de 1920 en Iberluze, Galdakao, en el seno de una familia nacionalista numerosa de ocho hermanos: Casi, Juli, Esteban, Amado, Eulogia, María Luisa, Patxi e Iñaki. Su padre falleció cuando él tenía seis inocentes años. Su madre, Modesta Uribarri, ya era viuda con ocho hijos cuando detonó la Guerra Civil. Por todo ello, desde niño tuvo que aportar al hogar trabajando: segando y cultivando las fincas de otros propietarios. Aquel otoño, con su talante contrario al fascismo, al golpe de Estado de generales españoles, participó en la construcción de trincheras del Cinturón de Hierro en Olabarri Auzoa de Galdakao. “Fui voluntario”, confirma orgulloso y junto a su mujer aportan un detalle. “Goicoechea, el del Talgo, nos traicionó y, más adelante, se hizo un llamamiento a los vascos a boicotear una tienda de menaje que tenía en Bilbao y tuvo que acabar cerrando. Merecido”.

En aquellos primeros compases de la ofensiva enemiga, sus hermanos Esteban y Amado, movidos por su fervor nacionalista vasco se alistaron al batallón Kirikiño y partieron a defender Euskadi, derechos y libertades. En este momento, aún no fue obligado a ir a filas por su temprana edad: 16 años. Viendo el cariz que tomaba la resistencia en Bizkaia, su madre decidió el 14 de junio de 1937 huir hacia Enkarterri. “Fuimos a Avellaneda (Urrestitza). Hice trayecto a pie con mi ama, una vaca que volvió con el tiempo a casa y unas cuantas gallinas”, narra.

La huida hacia Enkarterri

Pernoctaron al aire libre en Bilbao, en Lutxana y allí vendieron las gallinas con el objeto de tener algo de dinero. El resto de hermanos, salvo los gudaris, hicieron el trayecto en una camioneta. Allí vivieron una anécdota. Iban a la Casa de Juntas y a unos kilómetros de aquel destino, en un bache, se cayó una de las hermanas, Juli, y ninguno se dio cuenta. La hermana de Patxi tuvo que hacer el trayecto que quedaba a pie. Les acogieron en una vieja casa que tenía un gran pajar y que antaño fue Capilla del ángel, frente a la Casa de Juntas. “Allí se oficiaban tiempos antes misas y, los presos que tenían encarcelados en la Casa de Juntas podían oírlas. En esta vivienda esperaron que su ama Modesta, Patxi y la vaca llegaran ese mismo día”, aporta Koldobika, uno de los hijos del matrimonio. Arribaron al anochecer y la madre portaba un gran balde de leche ordeñada a la vaca encima de la cabeza. Diversos combatientes con las que se iba cruzaban en el camino, le pedían que les permitieran beberla, pero Modesta se negó pensando en los hijos que le esperaban.

En este edificio –hoy hotel restaurante Batzarki– fueron acogidos por dos maestros de Avellaneda: Servando y Ramona que, además de cobijo, les daban de comer a todos, a cambio de que Patxi segase las heredades que la pareja poseía.

Como sentían ya el aliento fascista que avanzaba hacia tierras cántabras, Ramona y Servando escondieron durante unos días a Patxi para que no le llevasen al frente a luchar con los franquistas. Durante este tiempo, su hermano Amado ya fue apresado en Santoña y reo en el Colegio Barquina de Castro Urdiales “durante mucho tiempo”. Su otro hermano, Esteban, seguía luchando en la zona de Barcelona. “Allí conoció a su futura esposa, Flori Larrea, que, en ese momento, era secretaria del lehendakari Aguirre, primero en Bilbao, y luego en la delegación del Gobierno vasco en Barcelona”, pormenorizan.

La familia aguantó en Avellaneda hasta septiembre de 1937, regresando todos a Galdakao, excepto Patxi que, como agradecimiento a los maestros locales que les acogieron y le escondieron a Bilbao jugándose la vida, “me quedé para ayudarles a recoger la cosecha de otoño”. Tiempo después, Patxi retornó a su casa familiar de Galdakao, con el convencimiento de que, al no tener aún 18 años, no le llevarían al frente. “En ese momento, el Gran Bilbao, como se decía antes, tenía menos tensión bélica por estar ya ocupado por los fascistas”, valoran.

 Llamado a filas

           Patxi Bilbao en una imagen de cuando era soldado. Archivo familiar 

 

Sin embargo, el Estado dictatorial lo llamó a filas para aumentar así el número de hombres disponibles por Franco. El galdakoztarra debía presentarse obligatoriamente en el cuartel de Garellano para realizar una instrucción de dos días. Lo destinaron al Frente del Ebro. Formó parte de la Quinta del biberón o Leva del biberón. Lo contextualiza Koldo: “Tradicionalmente se considera Quinta del Biberón, a las levas realizadas durante los años 1938 y 1939 por parte del Ejército Republicano, pero, ya en el estío de 1938 jóvenes vascos fueron llevados al frente por parte del Ejército franquista, con apenas 18 años”.

De este modo, y de alguna forma “secuestrado”, fue enviado a combatir contra los suyos, contra los republicanos, en territorio tarraconense de Gandesa. “Yo no eché ni un solo tiro en la guerra. En un momento en el que me ordenaron salir de la trinchera para avanzar, fui herido en esta mano en la que me queda una marca, por una bala perdida en el municipio de Bot”, detalla y sorprende al valorar que “esa fue mi gran suerte, ya que me evacuaron en camilla a retaguardia en primer lugar. Mientras me trasladaban oía otros soldados decirme que qué suerte tenía, ya no tenía que luchar”.

De la retaguardia, Patxi fue evacuado al Hospital Mercantil de Zaragoza y al ser vasco, a continuación, al Hospital de Guerra de Algorta. “Como no queríamos ninguno de los que allí estábamos volver al frente por no ir en contra del poder republicano, hacíamos que nuestras heridas no sanasen, untándonos con la leche de tallo de los higos y de esta forma las heridas se cronificaban”.

En Algorta, labró amistad con dos otorrinolaringólogos: Santos Padagigorria y Gonzalo Bravo Pacheco. A pesar de ser franquistas, le protegieron y pusieron de camillero en el Santo Hospital Civil de Basurto para evitar así una posible vuelta al frente. Allí hizo amistad con una monja. “No recuerdo su nombre, pero me salvó en varias ocasiones de que me llevasen de nuevo al frente. Alegaba que me necesitaba en el Hospital”. Curiosamente, hoy el matrimonio tiene hijos médicos.

Una vez finalizada la guerra Patxi volvió a Galdakao, con su familia. Sus hermanos, al cabo del tiempo también regresaron sanos. Solo uno de los gudaris recibió un disparo. “Pero, les quedaba lo peor”, acentúa su hijo: “La posguerra, la miseria, el hambre y la dictadura”.

En 1942, la familia visitó la casa en la que les acogieron para dar las gracias a aquellos maestros. “Y desde, 2000, que ha sido hotel también hemos comido y dormido allí”, agrega Polen. Además, como “huéspedes de honor”. Entregaron a los dueños del establecimiento fotos y documentación que poseían de la estancia de la familia allí. Su hermana Maria Luisa, fallecida hace cuatro años y refugiada como él, firmó en el libro de honor del inmueble: “Galdakaoko Bilbao Uribarri familia museo honetan egon zen errefugiatuta 1937ko gerran”, en referencia a que estuvieron refugiados allí, agradecidos, de por vida.

Un reportaje de Iban Gorriti